4/7/11

Ya era hora


Basta escucharlos hablar, relatando cada uno sus historias de lucha y superación. Se los cuenta por miles y añoran el terruño en muchos casos desde varias generaciones atrás. Están desperdigados por todo el mundo, es cierto, pero es en el vasto territorio de Buenos Aires en donde se concentran por multitudes.

Por  Mario Ferreiro

Hablamos de los protagonistas de una verdadera diáspora vivida en carne propia por nuestros padres después de la Revolución del 47. Un escenario desgarrador de separaciones forzosas y rencores acendrados, que se fue repitiendo sistemáticamente durante toda la dictadura, y que ni siquiera la democracia pudo evitar más tarde, al fallar garrafalmente en su misión de crear las condiciones elementales para que todos los nacidos en este suelo puedan vivir dignamente.

“Soy hija de una cocinera del Mercado 4”, me dijo una chica el sábado pasado en la Universidad de La Matanza, “y gracias a la Argentina puedo estudiar en una universidad”, concluyó tajantemente. En su aseveración pude sentir el reproche justificado, es cierto, pero también las ganas de influir desde esa nueva realidad, en la modificación definitiva de esa tradición de injusticia social que sigue dividiendo atrozmente a miles de familias paraguayas.

Más tarde se fueron sumando las colectividades conformadas en Nueva York y otras áreas de los EE.UU., donde tuvieron que aprender un idioma extraño y sufrir los vaivenes de unas leyes migratorias brutales. Y, finalmente, muchos otros recalaron en la Madre Patria, que no los ha tratado con las misma hospitalidad con que fueron recibidos en América del Sur aquellos contingentes de europeos que arribaron a nuestros países hace poco más de 70 años.

También los hay en el Brasil, donde deben soportar la incomprensión y el desprecio de algunos sectores sociales minoritarios de ese país que todavía nos ven como un país de maleantes y contrabandistas, por culpa de aquellos que justamente se enriquecieron delinquiendo en las zonas de frontera. E incluso se los encuentra en cualquier barrio de Taiwán, Japón o Portugal.

En realidad hay paraguayos en todos los rincones del mundo, pero el primer refugio es siempre la Argentina, por eso cada vez que uno va a su capital, no puede menos que conmoverse por el nivel de esfuerzo, añoranza y sentido de pertenencia e identidad que siguen teniendo miles de compatriotas e hijos de paraguayos que viven, trabajan y estudian en capital y provincia.

Visitarlos es siempre un ejercicio de aprendizaje en materia de dignidad y apego al trabajo duro para obtener algo que aquí les hemos negado cruelmente. Ahora por fin, luego de tantos años de olvidos, indiferencia y frustraciones, nos encaminamos hacia la modificación de la injusticia estructural y crónica de no dejarles votar en nuestras elecciones generales.

Más vale tarde que nunca. Es un acto de justicia elemental para quienes nunca dejaron de enviar a casa el fruto de su esfuerzo, pero a los que curiosamente ni siquiera les permitimos el ejercicio sagrado del voto. Ya era hora. Fuente ABC. Color 

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