Admirados y odiados, sin término medio, casi todos siguieron el mismo camino. Del palacio de Gobierno a un refugio y luego a un avión sin destino. Hoy mismo tenemos gobernantes en el continente que se forjan ese mismo epílogo. Así pasó con Stroessner en 1989. Así fue con Perón en 1955. El capitán de fragata retirado Andrés Samudio fue testigo de la caída del ex poderoso hombre fuerte de la Argentina cuando se refugió en la Cañonera Paraguay hace 55 años. En esta entrevista, Samudio, uno de los últimos sobrevivientes, relata peripecias de aquellos 80 militares que custodiaron al caudillo para salvarlo de la muerte. Llamativamente, el líder político nunca agradeció a los tripulantes de la cañonera.
-¿Fue una casualidad? ¿Cómo fue a caer Perón en la Cañonera (Paraguay)?
-Para nosotros fue una sorpresa. La cañonera estaba por entrar en reparaciones en el puerto de Buenos Aires y, de repente, apareció él aquella mañana gris, una mezcla de lluvia y neblina (21 de setiembre de 1955). Llegó con el embajador paraguayo (Juan Ramón) Chaves, acompañado de su edecán, el mayor Renner, el mayor Cialcetta, que decían que era su sobrino, y un policía que hacía de guardaespaldas. Con ellos también estuvo el agregado naval de la embajada, capitán Juan de Dios Cardozo...
-¿Quién era el jefe de la tripulación?
-El teniente de Navío César Cortese (que terminó como comandante de la Armada de Stroessner). Nosotros estábamos en el muelle esperando el permiso para ir a la dársena de reparaciones.
-Lo echaron a cañonazos...
-Se lo veía muy angustiado al hombre. Se le veía totalmente julepeado. Tenía esas várices en la cara, pero también nos contó que no dormía desde hacía 4 ó 5 días (el golpe militar se había iniciado el 16 de setiembre y Perón renunció el día 19). Su cara era como de un hombre recién salido de la sala de operaciones de un hospital. Tenía grandes ojeras. Se le notaba muy flaco y demacrado.
-¿Qué hacía, qué decía?
-Radio era lo que escuchaba. Caminaba. Trataba de hacer pasar el tiempo de cualquier forma. Al principio actuaba como un autómata...
-Por el shock...
-Claro. Con el transcurrir de los días (estuvo 12 días, hasta el 3 de octubre de 1955) se familiarizó con la tripulación. Hablaba con todos. Fue una novedad también para nosotros.
-El más poderoso de todos los argentinos 12 años, metido en un buque paraguayo...
-Después ya nos aburrimos también de él. Teníamos la tensión encima, más cuando nos llevaron a 15 km del muelle, en pleno Río de la Plata. Nos molestaba muchísimo el rolido del barco.
-¿Qué es?
-Quiere decir que el barco se mueve de un lado a otro, de banda a banda, de estribor a babor.
-De un costado al otro...
-Sí. El mar estaba picado. Muchos se mareaban y devolvían.
-Los paraguayos no están acostumbrados al mar.
-No. No conocíamos. Me acuerdo que fue un día domingo cuando nos remolcaron hasta el Río de la Plata. Tuvimos que pasar ante la vista de muchísima gente que miraba el barco desde el muelle. Algunos gritaban: “¡Tirano!”, “¡Maten a ese tirano!”. Me acuerdo de un marinero argentino que estaba en uno de los barcos que nos veía pasar. Gritó fuerte: “¡Cuídenlo bien, que va a volver!”.
-Y volvió 18 años después...
-Tardó en volver, pero volvió.
-¿Decían algo contra los paraguayos?
-No escuché. Estuvimos dos o tres días ahí atracados antes de que nos remolcaran. Pero había que estar allí. La presión era permanente. Fueron 12 días... Había rumores de que iban a asaltar el barco y teníamos que estar alertas.
-¿Querían matarlo de verdad los golpistas?
-Esa era la intención. Dicen que el almirante (Isaac) Rojas (uno de los jefes del Golpe) hablaba de cañonear la cañonera y después ofrecer al Paraguay dos buques de reemplazo. Ese Rojas era un loco.
-¿Cuál era su cargo?
-Comandante de la Flota de Guerra. Me acuerdo que el general Perón se lamentaba porque Rojas quería bombardear o bombardeó una refinería de petróleo en La Plata que él mandó construir.
-¿De qué hablaba con ustedes?
-A veces hablaba de su mujer, que no sé cómo se llamaba.
-No de Evita (había muerto tres años antes).
-No. Hablaba de ella como si hablara de una criada.
-¿Qué hacían en esos días?
-Me acuerdo que su sobrino se pasaba tocando el violín. Estábamos podridos. Nos ponía muy nerviosos. El policía que vino con él comenzó a descomponerse. Nos decía que él no tenía nada que ver, que cumplía órdenes nomás...
-Ya le negaba al Presidente...
-Claro. Decía que él tenía su familia y que no podía abandonar a su familia. Al final consiguió salir. Perón le dio libertad y bajó. No sé qué se habrá hecho de él. Cuando quedamos fondeados en el Río de la Plata, aislados, la sobremesa duraba hasta las 11, las 12 de la noche. A veces contaba hasta los secretos de Estado.
-¿Estaban custodiados?
-Por supuesto que sí. Eran dos buques de guerra, uno delante y otro atrás, a 200 metros de distancia cada uno de nuestro barco. Me acuerdo sus nombres: King y Muratore. El (buque) Humaitá se fue de Asunción para auxiliarnos, bien armado y equipado, pero los argentinos no dejaron que se acerque a aguas jurisdiccionales. Estaba fondeado a unos 1.500 metros de nosotros. Ni comunicación teníamos con ellos. No nos permitieron luego.
-¿Cuántos estaban ustedes?
-Creo que éramos 65 hombres. Como íbamos para reparaciones, nuestro armamento y municiones se desembarcaron antes en una unidad de la marina argentina. Esa noche me acuerdo que nos agasajaron los locales. Nos ofrecieron una cena. En esa reunión ya nos dimos cuenta de que había un ambiente muy tenso.
-Ya estaban en aprestos...
-Ya estaban. A nosotros nos tomó la revolución en el muelle. De ahí fuimos a Dársena Norte.
-¿Cómo iba vestido él?
-Estaba con un impermeable oscuro con caperuza. Nos asustó. No lo reconocimos enseguida por su vestimenta. Pero como fue llegando con el embajador, el comandante se dio cuenta enseguida. Cuando eso, ni el teléfono funcionaba bien todavía. Ese día que llegó lo llevaron hasta la cámara, en el comedor del buque.
-Ni olieron los golpistas...
-Nadie sabía nada. Mucho después difundieron la noticia. Unas radios decían que pasó al Paraguay, otras radios decían que se fue al Uruguay, en fin.
-Dicen que un primo de Chaves, que era corresponsal de una agencia noticiosa, fue el que dio la noticia al mundo.
-Se notaba que para el embajador era una carga. Era un desastre la situación. Nosotros estábamos demasiado cerca. Cuando se enteraron de que Perón estaba a bordo, sobrevolaron los aviones sobre nosotros. Solo Dios sabía si nos iban a bombardear.
-Esos militares metían cañonazos en cualquier parte. Mataron un montón de gente.
-Antes de que subiera Perón (al barco) inclusive me llegué a ir hasta el centro y fui testigo cuando el ejército le intimó a un grupo de jóvenes peronistas, jóvenes fogosos. No se rindieron y entonces los militares les metieron bala.
-Murió mucha gente...
-Donde yo sé que mataron mucha gente fue en ese local que se llamaba Alianza Libertadora, el lugar donde estaban acampados esos jóvenes fanáticos. Era una casa de dos a tres plantas. Yo vi los agujeros que dejaron en la pared, los cañonazos. Les barrieron prácticamente.
-Usted, ¿cuál era su cargo?
-Oficial de planta. Yo me encargaba de las notas, tanto de llegada como de salida,
-¿Cuántos años tenía?
-Unos 24 a 25 años.
-¿Cómo fue el rescate de Perón?
-Todo dependía de ese salvoconducto que no llegaba nunca y al fin llegó (antes del 3 de octubre). Todos estábamos ansiosos. Era difícil de aguantar tanto tiempo fondeados en medio de un mar picado. Cuando se consiguió el documento, Stroessner le mandó a su piloto (Leo Nowak) en el (avión) Catalina. Felizmente ese día hacía muy buen sol. El problema era que tenía que aterrizar en el Río de la Plata.
-Por lo visto era muy buen piloto...
-Fue sorprendente la forma en que aterrizó con el mar picado. El avión no podía acercarse al buque. Se quedó a unos 200 metros. Entonces, Perón y su comitiva tuvieron que abordar uno de esos botes de goma para acercarse al Catalina. Estábamos tan contentos de que se fuera porque cada día que pasaba era peor, por el rolido del barco. Su partida fue una liberación.
-¿Nunca hubo un incidente con los argentinos?
-Sí, hubo. Ellos nos tenían vigilados las 24 horas con larga vista. Tenían miedo de que Perón se comunique con su gente. Tal es así que uno de esos días una paloma mensajera se posó en el barco, por una casualidad. Tenía número inclusive la paloma. Después, los muchachos la largaron, y ellos (los vigías) vieron. Vinieron a la carga a la noche a reclamarle al comandante. “Tenemos conocimiento de que tuvieron la visita de una paloma mensajera”, dijo el oficial que subió. Entonces, el comandante (Cortese) le prometió que si volvía la paloma se la iba a agarrar. Al día siguiente temprano, volvió a aparecer. El comandante estaba durmiendo. Los muchachos cumplieron la orden y se fueron y bajaron la paloma del mástil. Le metieron en una jaula. El médico (Da Silva) estaba tomando mate. El no sabía lo de la orden y liberó a la paloma. Ya no me acuerdo qué pasó después, pero ellos no volvieron a aparecer. Recién cuando Perón viajó al Paraguay nos cobraron.
-¿Represalia?
-Sí. Nos tenían como detenidos. Había una hora H para salir, para reunirse con los familiares. Solo podíamos bajar del buque con un guardia adelante y otro atrás, los dos bien armados. Pasamos bastante mal.
-¿Alguna vez se volvieron a reunir con Perón?
-Nunca. Ese señor nunca nos reconoció lo que hicimos por él. Fue muy ingrato, muy desagradecido. Al final esa historia quedó para la anécdota para nosotros. Imagínese todo lo que pasamos. Nosotros no dormíamos. No descuidamos en ningún momento su seguridad. Digo nomás, a él (a Perón) qué le costaba llamarnos un día para un encuentro, una cena.
-¿Pero tiene un recuerdo de él por lo menos?
-Sí. Tengo un manuscrito en un tarjetón que dice: “camarada y amigo, ayudante naval de segunda, don Andrés Samudio, gran afecto, y en recuerdo de un gran placer en mis días más tristes. Buenos Aires, 24 de setiembre de 1955”. Imagínese cuántos años hace...
-Le salvaron el pellejo...
-El comandante que teníamos, que era tan joven como nosotros, nos reunió y nos dijo ese día que llegó: “El presidente Perón está bajo nuestra bandera, en nuestro territorio. Ustedes van a poner su mejor esfuerzo para velar por su seguridad”. Y eso hicimos. Perón dijo: “Muchas gracias”. Fuente abc.color
-Para nosotros fue una sorpresa. La cañonera estaba por entrar en reparaciones en el puerto de Buenos Aires y, de repente, apareció él aquella mañana gris, una mezcla de lluvia y neblina (21 de setiembre de 1955). Llegó con el embajador paraguayo (Juan Ramón) Chaves, acompañado de su edecán, el mayor Renner, el mayor Cialcetta, que decían que era su sobrino, y un policía que hacía de guardaespaldas. Con ellos también estuvo el agregado naval de la embajada, capitán Juan de Dios Cardozo...
-¿Quién era el jefe de la tripulación?
-El teniente de Navío César Cortese (que terminó como comandante de la Armada de Stroessner). Nosotros estábamos en el muelle esperando el permiso para ir a la dársena de reparaciones.
-Lo echaron a cañonazos...
-Se lo veía muy angustiado al hombre. Se le veía totalmente julepeado. Tenía esas várices en la cara, pero también nos contó que no dormía desde hacía 4 ó 5 días (el golpe militar se había iniciado el 16 de setiembre y Perón renunció el día 19). Su cara era como de un hombre recién salido de la sala de operaciones de un hospital. Tenía grandes ojeras. Se le notaba muy flaco y demacrado.
-¿Qué hacía, qué decía?
-Radio era lo que escuchaba. Caminaba. Trataba de hacer pasar el tiempo de cualquier forma. Al principio actuaba como un autómata...
-Por el shock...
-Claro. Con el transcurrir de los días (estuvo 12 días, hasta el 3 de octubre de 1955) se familiarizó con la tripulación. Hablaba con todos. Fue una novedad también para nosotros.
-El más poderoso de todos los argentinos 12 años, metido en un buque paraguayo...
-Después ya nos aburrimos también de él. Teníamos la tensión encima, más cuando nos llevaron a 15 km del muelle, en pleno Río de la Plata. Nos molestaba muchísimo el rolido del barco.
-¿Qué es?
-Quiere decir que el barco se mueve de un lado a otro, de banda a banda, de estribor a babor.
-De un costado al otro...
-Sí. El mar estaba picado. Muchos se mareaban y devolvían.
-Los paraguayos no están acostumbrados al mar.
-No. No conocíamos. Me acuerdo que fue un día domingo cuando nos remolcaron hasta el Río de la Plata. Tuvimos que pasar ante la vista de muchísima gente que miraba el barco desde el muelle. Algunos gritaban: “¡Tirano!”, “¡Maten a ese tirano!”. Me acuerdo de un marinero argentino que estaba en uno de los barcos que nos veía pasar. Gritó fuerte: “¡Cuídenlo bien, que va a volver!”.
-Y volvió 18 años después...
-Tardó en volver, pero volvió.
-¿Decían algo contra los paraguayos?
-No escuché. Estuvimos dos o tres días ahí atracados antes de que nos remolcaran. Pero había que estar allí. La presión era permanente. Fueron 12 días... Había rumores de que iban a asaltar el barco y teníamos que estar alertas.
-¿Querían matarlo de verdad los golpistas?
-Esa era la intención. Dicen que el almirante (Isaac) Rojas (uno de los jefes del Golpe) hablaba de cañonear la cañonera y después ofrecer al Paraguay dos buques de reemplazo. Ese Rojas era un loco.
-¿Cuál era su cargo?
-Comandante de la Flota de Guerra. Me acuerdo que el general Perón se lamentaba porque Rojas quería bombardear o bombardeó una refinería de petróleo en La Plata que él mandó construir.
-¿De qué hablaba con ustedes?
-A veces hablaba de su mujer, que no sé cómo se llamaba.
-No de Evita (había muerto tres años antes).
-No. Hablaba de ella como si hablara de una criada.
-¿Qué hacían en esos días?
-Me acuerdo que su sobrino se pasaba tocando el violín. Estábamos podridos. Nos ponía muy nerviosos. El policía que vino con él comenzó a descomponerse. Nos decía que él no tenía nada que ver, que cumplía órdenes nomás...
-Ya le negaba al Presidente...
-Claro. Decía que él tenía su familia y que no podía abandonar a su familia. Al final consiguió salir. Perón le dio libertad y bajó. No sé qué se habrá hecho de él. Cuando quedamos fondeados en el Río de la Plata, aislados, la sobremesa duraba hasta las 11, las 12 de la noche. A veces contaba hasta los secretos de Estado.
-¿Estaban custodiados?
-Por supuesto que sí. Eran dos buques de guerra, uno delante y otro atrás, a 200 metros de distancia cada uno de nuestro barco. Me acuerdo sus nombres: King y Muratore. El (buque) Humaitá se fue de Asunción para auxiliarnos, bien armado y equipado, pero los argentinos no dejaron que se acerque a aguas jurisdiccionales. Estaba fondeado a unos 1.500 metros de nosotros. Ni comunicación teníamos con ellos. No nos permitieron luego.
-¿Cuántos estaban ustedes?
-Creo que éramos 65 hombres. Como íbamos para reparaciones, nuestro armamento y municiones se desembarcaron antes en una unidad de la marina argentina. Esa noche me acuerdo que nos agasajaron los locales. Nos ofrecieron una cena. En esa reunión ya nos dimos cuenta de que había un ambiente muy tenso.
-Ya estaban en aprestos...
-Ya estaban. A nosotros nos tomó la revolución en el muelle. De ahí fuimos a Dársena Norte.
-¿Cómo iba vestido él?
-Estaba con un impermeable oscuro con caperuza. Nos asustó. No lo reconocimos enseguida por su vestimenta. Pero como fue llegando con el embajador, el comandante se dio cuenta enseguida. Cuando eso, ni el teléfono funcionaba bien todavía. Ese día que llegó lo llevaron hasta la cámara, en el comedor del buque.
-Ni olieron los golpistas...
-Nadie sabía nada. Mucho después difundieron la noticia. Unas radios decían que pasó al Paraguay, otras radios decían que se fue al Uruguay, en fin.
-Dicen que un primo de Chaves, que era corresponsal de una agencia noticiosa, fue el que dio la noticia al mundo.
-Se notaba que para el embajador era una carga. Era un desastre la situación. Nosotros estábamos demasiado cerca. Cuando se enteraron de que Perón estaba a bordo, sobrevolaron los aviones sobre nosotros. Solo Dios sabía si nos iban a bombardear.
-Esos militares metían cañonazos en cualquier parte. Mataron un montón de gente.
-Antes de que subiera Perón (al barco) inclusive me llegué a ir hasta el centro y fui testigo cuando el ejército le intimó a un grupo de jóvenes peronistas, jóvenes fogosos. No se rindieron y entonces los militares les metieron bala.
-Murió mucha gente...
-Donde yo sé que mataron mucha gente fue en ese local que se llamaba Alianza Libertadora, el lugar donde estaban acampados esos jóvenes fanáticos. Era una casa de dos a tres plantas. Yo vi los agujeros que dejaron en la pared, los cañonazos. Les barrieron prácticamente.
-Usted, ¿cuál era su cargo?
-Oficial de planta. Yo me encargaba de las notas, tanto de llegada como de salida,
-¿Cuántos años tenía?
-Unos 24 a 25 años.
-¿Cómo fue el rescate de Perón?
-Todo dependía de ese salvoconducto que no llegaba nunca y al fin llegó (antes del 3 de octubre). Todos estábamos ansiosos. Era difícil de aguantar tanto tiempo fondeados en medio de un mar picado. Cuando se consiguió el documento, Stroessner le mandó a su piloto (Leo Nowak) en el (avión) Catalina. Felizmente ese día hacía muy buen sol. El problema era que tenía que aterrizar en el Río de la Plata.
-Por lo visto era muy buen piloto...
-Fue sorprendente la forma en que aterrizó con el mar picado. El avión no podía acercarse al buque. Se quedó a unos 200 metros. Entonces, Perón y su comitiva tuvieron que abordar uno de esos botes de goma para acercarse al Catalina. Estábamos tan contentos de que se fuera porque cada día que pasaba era peor, por el rolido del barco. Su partida fue una liberación.
-¿Nunca hubo un incidente con los argentinos?
-Sí, hubo. Ellos nos tenían vigilados las 24 horas con larga vista. Tenían miedo de que Perón se comunique con su gente. Tal es así que uno de esos días una paloma mensajera se posó en el barco, por una casualidad. Tenía número inclusive la paloma. Después, los muchachos la largaron, y ellos (los vigías) vieron. Vinieron a la carga a la noche a reclamarle al comandante. “Tenemos conocimiento de que tuvieron la visita de una paloma mensajera”, dijo el oficial que subió. Entonces, el comandante (Cortese) le prometió que si volvía la paloma se la iba a agarrar. Al día siguiente temprano, volvió a aparecer. El comandante estaba durmiendo. Los muchachos cumplieron la orden y se fueron y bajaron la paloma del mástil. Le metieron en una jaula. El médico (Da Silva) estaba tomando mate. El no sabía lo de la orden y liberó a la paloma. Ya no me acuerdo qué pasó después, pero ellos no volvieron a aparecer. Recién cuando Perón viajó al Paraguay nos cobraron.
-¿Represalia?
-Sí. Nos tenían como detenidos. Había una hora H para salir, para reunirse con los familiares. Solo podíamos bajar del buque con un guardia adelante y otro atrás, los dos bien armados. Pasamos bastante mal.
-¿Alguna vez se volvieron a reunir con Perón?
-Nunca. Ese señor nunca nos reconoció lo que hicimos por él. Fue muy ingrato, muy desagradecido. Al final esa historia quedó para la anécdota para nosotros. Imagínese todo lo que pasamos. Nosotros no dormíamos. No descuidamos en ningún momento su seguridad. Digo nomás, a él (a Perón) qué le costaba llamarnos un día para un encuentro, una cena.
-¿Pero tiene un recuerdo de él por lo menos?
-Sí. Tengo un manuscrito en un tarjetón que dice: “camarada y amigo, ayudante naval de segunda, don Andrés Samudio, gran afecto, y en recuerdo de un gran placer en mis días más tristes. Buenos Aires, 24 de setiembre de 1955”. Imagínese cuántos años hace...
-Le salvaron el pellejo...
-El comandante que teníamos, que era tan joven como nosotros, nos reunió y nos dijo ese día que llegó: “El presidente Perón está bajo nuestra bandera, en nuestro territorio. Ustedes van a poner su mejor esfuerzo para velar por su seguridad”. Y eso hicimos. Perón dijo: “Muchas gracias”. Fuente abc.color
No hay comentarios:
Publicar un comentario