En 1983 el cantautor Alberto Rodas leía en el periódico ABC Color el apartado «Cartas al director». Un bebé llamado Adrián contaba que nació en prisión y que seguía preso en el Buen Pastor, junto con su madre, una presa política. Le conmovió la historia y así nació el tema «Pequeño Adrián». «Siempre me dio cosa cuando escuchaba la canción, hasta ahora», dice hoy Adrián Ginés a sus 28 años.
Acaba de volver de uno de los largos viajes que hace semanalmente para repartir productos de limpieza Base Base por el Centro y Norte del país. Maneja unos 2.500 km por semana, duerme donde puede y se baña en estaciones de servicio. En su casa le esperan Sonia, su esposa, y Brenda, la bebé de ambos que tiene un año ocho meses. «Cuando yo estoy es todo papá. Si se le cae algo, sólo papá tiene que venir a levantarle, si se tiene que cambiar, no acepta a nadie, sólo papá», dice Adrián mientras le carga agua en un termito. En una casa del populoso barrio San Miguel viven con su suegra y los hermanos de Sonia.
La carta al director que leyó Rodas en Abc Color escribió la madre de Adrián, doña Irene Giménez, cuando ella y su niño de año y pico estaban como presos políticos en el Buen Pastor en 1983. La mujer entregó el manuscrito a su esposo, José Ginés, y éste lo acercó a la redacción del periódico. «Tengo vagos recuerdos de cuando corría por los corredores del Buen Pastor. A veces veo fotos y me vienen vagos fragmentos», me dice Adrián y acomoda la bombilla.
Admira profundamente a sus padres por todo lo que vivieron, me asegura que ellos son todo para él, que él no cree en Dios, sólo en él y su familia. «Estar en mi casa es lo que más me gusta», me explica. «Sólo una vez me invitó a salir a farrear. Y al final no quiso bailar», bromea Sonia desde la distancia, riéndose.
Del stronismo reniega a diente saliente. Le pregunté por el 3 de noviembre, y me dijo que le da «por los huevos» que haya gente que festeje algo que le hizo daño a tanta gente. «Para mí la policía no es gente; los militares no son gente», remata.
Foto de Adrián Ginés en la cárcel del Buen Pastor, junto con otros niños y niñas (los demás niños y niñas no eran hijos de presos políticos, sino de presos comunes).
Caso Pro-Chino
En el barrio Central de Mariano Roque Alonso me recibe don José, su padre. Mientras me invita agua aparece Irene. Ambos tienen 52 años hoy. Nos sentamos y hago un breve preámbulo. «Ni grabadora ni filmadora ni cámara fotográfica», me pide doña Irene, porque me explica que después de todo lo que pasaron ellos lograron recomponer una vida bastante discreta, fuera del ruido de la prensa y posibles habladurías.
El 19 de febrero de 1982 la joven pareja compuesta por José e Irene volvía a su casa de Luque luego de un paseo, cuando fue víctima de un asalto tipo comando. Ella estaba de ocho meses y medio de embarazo. Ambos fueron llevados al Departamento de Investigaciones. «Nosotros no estábamos vinculados a ninguna actividad política», explica José.
En Investigaciones estuvieron cinco días con algunos militantes y también personas que ni siquiera entendían por qué fueron presas. El régimen llamó a la redada Caso Pro-Chino, porque apresó a algunas personas del Partido Comunista de la corriente maoísta; Irene lo llama «El grupo de los 38», por la cantidad de presos.
El 24 de febrero le vinieron los dolores del parto, proceso que terminó en el Rigoberto Caballero, con el alumbramiento de Adrián ese mismo día, hacia las ocho de la noche. Horas antes los represores habían puesto en libertad a José bajo amenaza de muerte. La idea que tenían era soltarlo a él y estudiar su comportamiento, seguir espiándole y que éste los guíe involuntariamente hasta otras personas a quienes apresar. Lo primero que hizo fue ir a instituciones como el Comité de Iglesias. Ahí empezaron los largos trámites y gestiones de su parte, que fueron cruciales para frenar que le separen de su bebé a él y su esposa.
«Tiene que entregar su bebé»
Sus tres primeros meses de vida Adrián vivió con su madre en el hospital de policías, mientras el padre afuera se volvía loco porque no le permitían conocer a su hijo. Eso sí, ni un solo día don José dejó de ir hasta el Rigoberto Caballero a llevar té, ropitas y cosas para el hijo y su esposa. «Mi vida era eso: ir al trabajo y del trabajo ir hasta allá», recuerda con serenidad. Cuando tenía tres meses de vida, gracias a un guardia que bajó al bebé hasta el primer piso de manera clandestina, don José pudo tenerle frente a sus ojos a su primogénito.
Los últimos días de abril le comunican a Irene que tenía que entregar su bebé, que por orden superior lo debían llevar. «Lo iban a dar en adopción a cualquier otra persona o a una casa cuna posiblemente», explica hoy ella. Gracias a la tozudez de José y la diligencia de los abogados del Comité de Iglesias, logran que Adrián, en plena lactancia, vaya a vivir con su padre. «Él se enfermó muy grande del estómago –cuenta José–, le fuimos probando varias leches por indicación de su pediatra y al final una le sentó».
A Irene la llevan de vuelta a Investigaciones, la torturan y la maltratan y durante los primeros días de mayo la derivan a una de las peores prisiones del stronismo, la Guardia de Seguridad. Allí se reencuentra con varias personas que habían caído en la misma redada que ella, entre ellas su hermano Sever. «Éramos 34 personas en una celda 5 x 4, tres mujeres y el resto todos varones –comenta ella–, comíamos de un tacho común, hacíamos nuestras necesidades en una palangana común. Y nos daban permiso para ir al baño una vez cada dos días».
«Amanecer»
A fuerza de huelga de hambre, los presos de la Guardia consiguieron su objetivo. Los varones fueron derivados a Tacumbú y las mujeres al Buen Pastor en julio de 1982. «Era un hotel de cinco estrellas comparando con la Guardia de Seguridad; teníamos comida buena y baño», dice animada doña Irene. En una de las tantas jornadas con el sicólogo del penal, ella le cuenta su historia y la separación de su bebé. «Tráigale con usted», le responde sin dudar. Después de grandes esfuerzos de los defensores legales del Comité de Iglesias, todo estaba listo para el reencuentro maternal hacia setiembre del 83. Para don José eso no cerraba, no existía garantía después de lo vivido. Recién después de que las religiosas le aseguraron que podía visitar todas las veces que quisiera a Adrián y su madre, accedió.
En el Buen Pastor había un espacio llamado «Amanecer», donde vivían las madres presas con sus niños. Con Irene y Adrián convivieron nueve niños más, hijos e hijas de presas comunes. Con ellos, en febrero de 1983, el niño apagó su primera velita. «Nene» fue una de sus primeras palabras, pero antes estuvieron «mamá» y «papá».
Dos años y cuatro meses hacía que Irene estaba presa y Adrián con ella cuando en junio de 1984 logran pisar las calles nuevamente. Juntos otra vez los tres fueron a vivir a Mariano Roque Alonso, donde fueron vigilados un tiempo más. José e Irene tuvieron tres hijos más desde entonces. Un día, caída ya la dictadura de Alfredo Stroessner, participaban de festivales de música de «Vocal Dos» y «Ñamandú», cuando la emoción no pudo contenerse: escucharon una canción que relataba una historia por ellos conocida. «Me daba cosa cuando escuchaba la música –asegura hoy Adrián–, hasta ahora me da la misma sensación. Yo no tengo recuerdos de eso, pero sé lo que fue para ellos».
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